RESUMEN EJECUTIVO - IV TRIMESTRE 2016



La recesión que atraviesa la economía local desde fines de 2015 finalmente encontró un piso en el cuarto trimestre de 2016, al mostrar una variación virtualmente nula (+0,1%) con relación al trimestre previo, según la medición del Indicador Sintético de Actividad GERES (ISAG). En términos interanuales la actividad continuó en caída (-2,7%), aunque con un ritmo más moderado que el observado en los trimestres previos, situación favorecida también por la menor base de comparación (los datos comienzan a cotejar con el inicio de la fase recesiva). Así, el ISAG cerró el año 2016 con un descenso promedio del -3,0% respecto de 2015. En tanto, el INDEC reportó una baja del PIB del -2,0% interanual (i.a.) y una suba del 0,9% respecto del tercer trimestre, promediando un retroceso del -2,3% en 2016.

En el cuarto trimestre, la producción industrial exhibió una discreta suba respecto del trimestre anterior, si bien continuó registrando un fuerte descenso en la comparación interanual. La producción automotriz creció levemente con relación a igual lapso de 2015, interrumpiendo así una racha de trece trimestres consecutivos en baja, aunque volvió a desplomarse en febrero, poniendo en duda el precario repunte. En este marco, hay que remontarse al año 2006 para encontrar un nivel de producción automotriz inferior al acumulado en los últimos doce meses. Todos los restantes rubros de la industria acusaron bajas de distinta magnitud, destacándose la correspondiente al sector siderúrgico, cuya producción declinó por octavo trimestre consecutivo. De ese modo, la industria finalizó 2016 con una retracción del -4,7% (FIEL), prolongando así su larga marcha recesiva, habiendo retrocedido hasta un nivel inferior al que registraba en 2010.Por su parte, la construcción volvió a exhibir un pobre desempeño en el trimestre bajo análisis, aún sin señales certeras de recuperación.

En su carrera contra la inflación, los salarios tuvieron su derrota más importante desde el colapso de 2002. Para 2016 GERES computó una inflación promedio del 40,9%, evolución que provocó una caída del -7,4% en el poder adquisitivo del salario. Los incrementos en los precios de los alimentos en ese lapso (+40,4%) repercutieron con especial impacto en otros ingresos como la AUH y el haber mínimo jubilatorio, que en términos reales "alimentarios" perdieron cerca de un -5,0%.

La drástica caída que padeció el salario real continuó haciéndose notar en la dinámica del consumo privado, que cerró 2016 con una notable caída, tanto en el cuarto trimestre como en el acumulado del año, según coincidieron todos los indicadores consultados. En particular, resulta categórica la evolución de las ventas en supermercados -en teoría uno de los rubros más inelásticos por su mayor composición de alimentos y otros bienes básicos-, las cuales se desplomaron un -10,1% en términos reales durante 2016.

El otro eje del mercado de trabajo tampoco fue promisorio. Aunque no son muy procedentes las comparaciones con los datos que publicaba el INDEC durante la gestión "K", puede afirmarse que el desempleo creció, situándose en un 13,8% de la PEA al tercer trimestre de 2016 (último dato) según el cálculo ampliado que realiza GERES. Otra medición propia de GERES (la "Tasa de Argentinos Desesperados por el Desempleo", que agrupa a los desocupados junto con otras posiciones en el mercado laboral igualmente lamentables) muestra un estado de situación que puede calificarse de catastrófico: un 35% de la PEA está desocupada, trabajando menos de 12 horas por semana o empleándose en jornadas completas por salarios de hambre (ver capítulo de empleo y salarios para el detalle metodológico).

Si bien la inflación del último trimestre del año resultó menor que la registrada a su inicio, esto fue efecto de la comparación contra un pico elevadísimo. Así entre octubre y diciembre de 2016 la inflación local acumuló "sólo" un 5,7%, mientras que la economía brasileña - en medio de su caos - verificó un 6,3% para todo el año. De esta forma, el salario real se mantuvo deprimido, sin poder mostrar ninguna recuperación al finalizar el año.

En el plano fiscal, el déficit primario del Sector Público No Financiero aumentó del 4,2% del PBI en 2015 a 4,6% en 2016. Durante este último año los ingresos aumentaron un 35,3% respecto de 2015, mientras que el gasto primario se incrementó un 38,2%. Por el lado de los ingresos, la recesión y la reducción de impuestos se tradujeron en una caída significativa de las fuentes de recaudación del Estado; en efecto, descontando los $ 106.760 millones extras provenientes del blanqueo, los ingresos tributarios aumentaron apenas un 26,6% en 2016. Esta dinámica llevó a una reducción de la presión tributaria de impuestos nacionales que, sumando los recursos coparticipados, cayó del 26,3% del PBI en 2015 a 24,9% en 2016. Por su parte, los distintos componentes del gasto primario exhibieron una evolución dispar: mientras que los gastos corrientes subieron un 41,3% (+0,3% en términos reales), los gastos de capital aumentaron apenas un 13,2% (-20% real). El incremento en los gastos corrientes se explica principalmente por la extensión de las asignaciones familiares y las mayores transferencias discrecionales a provincias, ya que tanto la masa salarial como las jubilaciones y pensiones crecieron por debajo de la inflación. En cuanto a los gastos de capital, la reducción de partidas destinadas a vivienda y urbanismo resultó ser el principal factor de ajuste presupuestario.

En lo que respecta al sector externo, el desequilibrio de la cuenta corriente cambiaria continuó en aumento en 2016, debido al mayor balance negativo de los rubros turismo, intereses, y utilidades y dividendos, siendo que éste último retomó un monto más cercano a los niveles pre-cepo, luego de la eliminación de las restricciones a los giros al exterior. Los cobros por exportaciones se incrementaron levemente (+1,9%), arrojando un saldo favorable con relación a los pagos de importaciones (-6,6%), no obstante su magnitud resulta comparativamente exigua frente a los fuertes desequilibrios de los restantes componentes de la cuenta corriente. Por ende, su financiamiento provino esencialmente del endeudamiento externo, particularmente del sector público, así como del extraordinario ingreso de capitales del sector privado, en el marco del Régimen de Sinceramiento Fiscal. La afluencia de capitales -que sin embargo se conjuga con una creciente “fuga de capitales”, bajo la forma de adquisición de billetes- posibilitó acumular reservas por U$S 8.870 millones, llevando su stock a U$S 38.772 millones hacia fines de 2016. Más recientemente, en enero de este año, las reservas aumentaron más de U$S 8 mil millones, sobre la base de un nuevo endeudamiento público, finalizando el mes en U$S 46.887 millones, magnitud próxima a la registrada en 2011, cuando se implementaron los controles cambiarios.

Si bien el creciente endeudamiento en dólares por parte del Tesoro fortaleció las reservas internacionales y mitigó las presiones cambiarias, tuvo como correlato una significativa emisión monetaria, por $ 160.000 millones. A su vez, el BCRA le otorgó al Tesoro un monto similar en concepto de adelantos transitorios y giro de utilidades. Estas operaciones, orientadas a cubrir el déficit fiscal en un marco económico recesivo, llevaron al ente monetario a absorber una buena parte de esos pesos vía colocación de LEBACS, cuyo stock se situó al cierre del año en la friolera de $ 630.310 millones.

En los últimos seis años la economía argentina alternó períodos de caída con otros de ligero repunte. La fase recesiva que ha venido atravesando desde el cuarto trimestre de 2015 se inscribe en este preocupante marco de estancamiento prolongado. Como resultado, en el cuarto trimestre de 2016 la actividad económica se ubicaba en un nivel similar al que registraba hacia fines de 2010. Esto significa que hará falta mucho más que otro repunte parcial -característico, en el lapso descripto, de los años electorales- en 2017 para superar este extenso período de estancamiento y poder registrar un proceso de crecimiento genuino.

La pauta de crecimiento contemplada en el Presupuesto (3,5%) para 2017 va quedando cada vez más alejada de la realidad, en un marco en que los principales indicadores de la actividad aún no dan muestras claras de reaccionar positivamente. Si bien la economía habría tocado fondo en los últimos tres meses de 2016, los primeros indicadores disponibles de febrero -al cierre de este informe- distan de ser alentadores: la producción automotriz se desplomó un -29,7% i.a., la construcción continuó exhibiendo un magro desempeño (el Índice Construya disminuyó -6,7% y los despachos de cemento -0,4% i.a.) y las ventas minoristas se redujeron -4,1% i.a.; siendo que en febrero de 2016 dichos indicadores ya habían acusado fuertes caídas.

Por otro lado, aunque la cosecha 2016/17 sería récord -con más trigo y maíz, y menos soja-, la misma compara contra una campaña 2015/16 también voluminosa, con lo cual el incremento estimado (+8%) no implicará un aporte significativo al crecimiento del PIB.

Se trata de un contexto en el que cuesta vislumbrar factores que comanden una reactivación relevante de la economía este año, y menos aún, que posibiliten un crecimiento sostenido en el tiempo. En el frente externo, nuestro principal socio comercial tampoco trae buenas noticias: la economía brasileña ha venido transitando una profunda recesión, con dos años consecutivos de drástica caída (-3,8% en 2015 y -3,6% en 2016), sin perspectivas de recuperación para este año (según el FMI “crecería” un insignificante 0,2%). Por consiguiente, si bien ya no contribuirá negativamente, tampoco generará una tracción relevante para la golpeada industria local.

Volviendo al ámbito local, más allá del aumento de la inversión pública -que pueda estimular a su vez la construcción- de lo que aporte la cosecha, y de alguna posible mejora de la inversión privada y las exportaciones, la chance de un repunte significativo de la economía argentina en el corto plazo dependerá sustancialmente de una recuperación del salario real que aliente el consumo privado, teniendo en cuenta que esta variable explica casi el 60% de la demanda agregada. De todos modos, desde GERES consideramos que cualquier recuperación que pueda materializarse este año será limitada y estará muy acotada en el tiempo, tratándose más bien de un repunte con relación a un 2016 fuertemente recesivo, marcado por un drástico ajuste.